Mi señora comisario Atane Sanz
Encontrar a una mujer trabajando en una comisaría, no es
nada raro actualmente. Que esta mujer sea el comisario es un poco más extraño,
pero que además pueda encontrar al hombre que sepa mantener una relación con
ella, parece prácticamente imposible. Noelia Campillo, Comisario de policía en
el barrio del Rabal, en Barcelona. Una de las comisarías más concurridas de
toda la ciudad, donde macarras, prostitutas, borrachos y carteristas, tienen
una cita diaria. Tan habituales que en cuanto entraban por la puerta ya sabían
cuantas horas estarían en el calabozo, y dependiendo del día de la semana, el
juez que les sería asignado.
De todos los policías que trabajaban en la comisaria,
solo Tomás Beltrán le hacía sentir debilidad. No por algo que le disgustara, sino
por todo lo contrario. Su metro noventa repartido en un cuerpo musculoso y bien
cuidado, era el sueño erótico de cualquier mujer. Sus ojos de un azul intenso
recordaban los mares helados de la Antártida, y su pelo negro como la noche
elevaba sus facciones al nivel de la perfección. Sus grandes manos provocaban
en ella verdaderos escalofríos, como caricias directas a su clítoris. Estaba
casi segura que en una relación sexual, él intentaría dominarla.
A pesar de mantener las distancias, sus diferencias les
llevaban a verdaderas discusiones. Opinaba que la ponía a prueba, desafiándola
a doblegarlo, dejándola tan excitada que en más de una ocasión temió llegar al clímax
en plena reunión de trabajo. Más de una noche tenía que darse una ducha fría o
utilizar uno de sus muchos juguetes para bajar la temperatura que le provocaba
su subordinado.
Noelia era una mujer un poco especial en las relaciones,
tanto laborales como personales. Ella era la que dominaba, en el trabajo y en
la cama. Pero después de cinco años como Dominátrix, aún no había encontrado el
esclavo que realmente llenara su vacío interior. A pesar de que su físico
atraía a los hombres como abejas al panal, ninguno de ellos era lo que ella
buscaba. Algunos fingían sumisión para poder acostarse con ella, otros directamente
intentaban dominarla. Noelia necesitaba un hombre fuerte, con carácter, que le
supusiera un reto. Necesitaba que la
motivaran y no que apagaran su deseo.
Eso provocó que, poco a poco, se fuera alejando del club
del que era socia, desde que cumplió su mayoría de edad, y que la frustración
anidara en su corazón.
Edgar Sould era el dueño del Club privado. Un canadiense
enamorado de Barcelona que no dudó ni un instante en acogerla bajo su protección,
y le enseñó todo lo que un buen Dom debe saber. Hubo un tiempo en el que creyó
estar enamorada del él, pero la realidad se impuso y demostró que una pareja no
funciona con dos dominantes. No les quedó más remedio que basar su relación en
una entrañable amistad, que duraba ya más de diez años.
La noche de su treinta cumpleaños decidió celebrarlo en
el Club. No quería quedarse sola en casa pensando en Tomás, para irse a la cama
frustrada teniendo fantasías de lo más sugerentes, con el agente de sus sueños.
Y tampoco le apetecía cenar en casa de sus padres, escuchando a su madre
repetir la buena pareja que haría con el hijo soltero de su amiga Carmen. Decidida a darse un regalo no dudó en llamar a
Edgar para que le preparara una sesión con uno de los muchos Subs que él mismo
estaba entrenando.
Cuando Noelia entró en la habitación de juegos, vestida
únicamente con un corpiño negro y una minifalda de cuero del mismo color, fue
recibida por un Tomás que parecía encontrarse como en su casa. Estaba arrodillado
en el suelo, con las grandes manos a la espalda y completamente desnudo, aún
con gotas de humedad de una ducha reciente. Su mirada se oscureció con excitado
interés cuando posó los ojos en ella. Arqueó las cejas al ver como sujetaba el
pomo de la puerta con nerviosismo. La lujuria llameó en las pupilas azules de
Tomás y por un instante, Noelia habría jurado que le vio contener el aliento. Al
instante se le endurecieron los pezones, y una caricia invisible hizo que su
clítoris palpitara de anhelo.
Noelia tomó una respiración profunda para recomponerse.
No entendía muy bien que hacia Tomás allí. Pero, definitivamente, esa noche se
le presentaba la mejor oportunidad de cumplir su deseo más profundo.
Sin querer darle más vueltas al asunto cuadró la espalda,
y le acarició la cara al pasar por su lado. Para ella era algo natural; para él
fue como si estuviera marcándolo como suyo. Sus dedos eran largos y suaves,
pero lo acariciaron con una fuerza y al mismo tiempo con tanta ternura que a
Tomás le robó el aliento. Mientras la seguía con la mirada pudo disfrutar de su
cuerpo, de su olor a limpio y a mujer.
–Éste es mi santuario– le dijo con un susurro–. Es mi
orgullo y mi placer compartirlo contigo. Me llamarás señora, no hablarás si no
te pido que lo hagas, no te correrás hasta que yo así te lo indique, y no me
tocarás si ese no es mi deseo. ¿Lo has entendido, esclavo?
–Sí, señora.
Escuchar de sus labios cómo la llamaba señora, provocó
que se le secara la boca y se le humedeciera aún más el sexo. De seguir en esa
línea, alcanzaría el orgasmo más rápido de la historia. Se vio obligada a
aclararse la garganta para poder continuar hablando.
–Me tomo muy en serio tu confianza-. Acercó
la mano y le pasó las uñas por el hombro, haciendo que le temblaran las entrañas-.
Ahora escucha con atención, esclavo. Esta noche no voy a infringirte dolor, al
menos no un dolor excesivo: no quiero saber tus límites. Hoy se trata de
placer. Te daré todo lo que necesites, para nuestro placer.
Tomás
asintió con la cabeza. Su pausada respiración le hacía aparentar una
tranquilidad pasmosa, de no ser por la rabiosa erección que lucia. A pesar del
deseo que sentía por él, necesitaba algunas respuestas. Por lo que no dudó en
agacharse frente a él, le tiró del pelo con una mano y con la otra le sujetó
fuertemente la erección.
–Y ahora dime, esclavo: ¿por qué has venido aquí? ¿Por
qué conmigo?— Tomás se ruborizó y cerró los ojos, avergonzado. Noelia le clavó
las uñas en la nuca—. No voy a tolerar la indisciplina, así que te voy a preguntar
de nuevo. ¿Por qué has venido aquí hoy?
Tomando una profunda bocanada de aire, Tomás empezó a
relatarle los motivos.
–Reconozco que en mi vida han habido muchas mujeres,
nunca he tenido que ir tras ellas y he tenido sexo, mucho
sexo. Pero…
–Continua.
–La cuestión es que por mucho que disfrutara del momento,
siempre quedaba… vacío. No terminaba de entender cual era el fallo: eran
mujeres deseables, tremendamente hermosas, pero no me llenaban. Hace tres años,
cuando me trasladaron a su comisaría, algo cambió. Cuando me dio la mano para
darme la bienvenida, yo…
–¿Tú, qué?
–Tuve una erección que me duró prácticamente todo el día;
cada vez que me hablaba, mi polla se levantaba. Me vi obligado a masturbarme
varias veces para prevenir un caso severo de pelotas azules. Después… después,
con el paso de los días, la cosa fue a peor. Creo que más de una vez la
desafié, para poder sentir. Mi cuerpo reaccionaba inmediatamente, solo con
mirarla, con olerla. El año pasado la seguí hasta aquí. Conseguí un pase de
visitante y el amo Sould me mostró las distintas estancias del club. La vi.
Estabas vestida de cuero negro, con el cabello recogido en una cola de caballo,
y en la mano sujetabas una paleta de madera. Tu pareja estaba doblado por el estómago
en el potro, tenía las muñecas atadas a los tobillos, y su trasero a la vista
de todos lucia de un rojo casi tan intenso como el color de tus uñas. Cuando le
diste la última paletada y le ordenaste correrse, fue tan… que… yo… me corrí
también. Mi cuerpo te obedeció. El amo Sould me explicó lo que me estaba
pasando. Lo que estaba sintiendo por ti. Desde entonces he estado en
adiestramiento, preparándome para ti. Para usted, mi señora comisario.
1 comentario:
Este relato es maravilloso, pero nunca tanto como tu. Sigue escribiendo, ya que a parte de ser una pasión, alegras a muchas personas con tus palabras. Eres un gran ejemplo de mujer, de superación... muchas deberían de aprender de ti. Un abrazo.
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